Imaginemos que decidimos no educar a nuestros hijos en ética y sociedad, y preferimos meter bajo la alfombra los acuciantes problemas de la sobreexposición digital y los riesgos asociados a los abusos de las grandes tecnológicas. Fantaseemos por unos minutos con esa tan ansiada ‘vuelta al papel’ con lejanía de ordenadores incluida (solo para los alumnos claro, ya que esos planes no están previstos para los profes). Aquí las opciones que baraja la causa papelera para el acceso a la información por parte del alumnado:
Lo comentaba en este hilo de X, y lo resumo más abajo.
Como primera opción de manual, la propuesta y modus operandi en el proceso enseñanza-aprendizaje será seguir el libro de texto. Claro está, limitado al ejemplar de la editorial de turno y expuesto a los errores y cagadas a las que nos tienen acostumbrados. No te pierdas esta entrada donde varios compañeros tuiteros nos enseñan unas cuantas (LibroDeTextoFobia). Adelante con los libros de texto, ¡¡pero que nos dejen las pantallas para contrastar la información!!
En caso de no usar libro de texto o querer ampliar contenidos, el profesor llevará fotocopias para repartir entre los alumnos. Suponemos que no se vulnera ningún copyright, hemos pedido permiso al autor y todas esas mandangas que hay que hacer con la mosca cojonera de los derechos de autor. Fotocopias, dicho sea de paso, que acabarán traspapeladas, perdidas u olvidadas, ya que los alumnos no pueden guardarlas en favoritos o marcadores. Recordemos que estamos en un mundo sin pantallas. Ni se nos ocurra proponer que hagan foto de la fotocopia, valga la rebuznancia.
¿Que el alumno necesita consultar o buscar información? Pues que vaya a la biblioteca del centro. Allí encontrará gran variedad de libros y textos actualizados. Es una gran opción. Sus amplios horarios y facilidad para que los alumnos accedan a ella la convierten en solución estrella. Además, siempre podemos pedir más recursos si falta personal entre el profesorado para llevar su gestión. Ironía modo 🔛
Y si no, que el alumno acuda a la biblioteca de su barrio, igual que hacíamos nosotros en su momento. Claro, eso si el barrio donde vive el alumno tiene biblioteca y su horario no coincide con el lectivo (muy típico esto, y tremendamente jocoso). De los niños que viven fuera de la ciudad o lejos de los servicios, ya ni hablamos.
Menos mal que todos los alumnos tienen Internet en sus casas, y a unos padres que les pueden educar en su buen uso. Pero… ¿No habíamos quedado en buscar soluciones alternativas a las pantallas? No amigo, no es una solución. Además, no todos tienen fibra óptica como tú y no todo el mundo ve Netflix después de cenar. Y algunos padres trabajan a turnos y no les es fácil ofrecer esa educación de excelencia por las tardes o noches.
¡Pues que busquen la información en sus smartphones, que para eso los tienen! Pero si están prohibidos en los centros educativos. Y estás haciendo campaña para prohibirlos también fuera de ellos, metiendo miedo al personal con la llegada del Apocalipsis.
Vale, vale… pues que usen los ordenadores del aula de informática del centro para buscar información. Y yo te pregunto: ¿Esas aulas son de libre acceso? ¿Cuántas horas a la semana las usan los alumnos para uso libre? Tiende a cero.
Pero sí. El antipantallismo y la fe mueven montañas.
Cuidémonos de relatos populistas que no hacen más que agravar el problema y alejarnos de la solución. Protejamos a nuestros jóvenes de los riesgos que trae el uso de dispositivos tecnológicos . Y sobre todo, eduquemos en ello todos los días y con nuestro ejemplo.
No al postureo.